Como responsables del cuidado de la salud del niño, los pediatras nos enfrentamos con frecuencia a diversos trastornos psicosociales que se pueden manifestar como alteraciones emocionales (p.ej depresión, ansiedad), de las funciones corporales (p.ej trastornos psicosomáticos), de la conducta o del rendimiento (p.ej problemas de aprendizaje)

A menudo olvidamos que la salud es un concepto global y que preservarla es algo más que prevenir y tratar la enfermedad física, lo cual no es menos cierto durante la infancia. Un problema psicosocial puede ser el origen o la consecuencia de una enfermedad orgánica. Así, una enfermedad grave y prolongada como una leucemia puede dar lugar a una depresión y una situación familiar estresante puede manifestarse como un dolor abdominal o una cefalea tensional.

Los pediatras, al igual que los padres y educadores, podemos y debemos detectar dichos problemas, pero recae en manos del psicólogo el abordarlos en toda su complejidad. Ellos deberían ser el eje vertebrador en el diagnóstico y seguimiento de estas patologías.

Esencial es también el papel ,tanto de la psicología como de la psicopedagogía, en numerosas enfermedades neurológicas: TDAH, trastornos del aprendizaje, autismo…, en las que el trabajo de médicos y psicólogos debería ir de la mano para lograr el mejor rendimiento intelectual posible, atendiendo también a la estabilidad emocional y a una buena integración familiar y social.

Dejando prejuicios y tabúes a un lado, volvemos al concepto del individuo, del niño, como un todo, al que la enfermedad y los acontecimientos vitales pueden hacer perder el equilibrio. Recobrarlo a tiempo y adecuadamente depende muchas veces de un buen apoyo psicológico.

Sonia Lareu Vidal.

Médico Pediatra. Hospital Central de Asturias.